DÍA 0: EL COMIENZO.
Recuerdo la primera vez que lo vi. Uno más. La necesidad de socializar, buscar amigos, conocer gente. La idea de no estar perdido en un lugar desconocido me impulsaba a presentarme ante cualquiera que e dirigiera la palabra. Tres veces mantuvimos una conversación, no más de dos frases en cada una. Éramos dos extraños durante el primer semestre. Me impresionó. Era guapo, alto, estaba fuerte. Pero no era nada del otro mundo y no reparé más de la cuenta en él. Sé que a penas vino a clase. No recuerdo mucho más. Yo tenía novio, así que tampoco tenía un interés especial en él.
Cuando empezó el segundo semestre, mi mundo estaba patas arriba, yo me había dando un tiempo con mi ex-pareja, el mundo giraba muy rápido, las notas no habían sido las esperadas y yo no sabía que quería hacer. Tenía a mis amigos que me mantenían en la Tierra a ratos. Y entonces, lo miré de verdad. Que ojos, que boca, que sonrisa, que cara, qué todo. "¿Es guapo, verdad?" Le pregunté a mi mejor amiga, quizá con demasiado interés, "No es mi tipo" me dijo. Pero yo ya no la estaba escuchando. Sabía que a veces me miraba, que sus ojos revoloteaban hasta mí y se quedaba parado fumándose su cigarrillo. Odioso vicio al que acabaría por hacerme adicta.
Los días pasaban, como siempre, aburridos, y cada vez lo buscaba más. Debía tomar una decisión. Y decidí jugar, apostarlo todo, total, ¿Qué podía perder? ... Lo peor era empezar, ¿Cómo acercarme? La oportunidad se presentó sóla cuando empezó a sentarse detrás de mí en clase, qué fácil. En uno de los descansos, se formó un grupo que debatían sobre algo que no recuerdo, y uno de los integrantes me arrastró. Esa fue la mía. No fallé, empecé una conversación con él. Corta, concisa. Suficiente.
Al acabar la siguiente clase me giré y le pedí el número de teléfono. Directa, sin rodeos. Dispuesta a todo sin disponer de nada. ¿Debí esperar más antes de lanzarme a la piscina y sin agua? Quizá.
Comenzaron las conversaciones. Me empecé a enganchar. Era peligroso, era un mujeriego, sabía que decir para encandilar, siempre tenía una frase, un cumplido, un chiste, una sonrisa. Siempre tenía un cigarrillo y un chicle. Era más que obvio que me tenía ganas, y yo se las tenía a él. Pero yo seguía sintiendo algo por mi ex, y él me quería, me quería tanto como el primer día. ¿Qué debía hacer? Este chico empezó a insistirme parra quedar, y yo le daba largas. Todas las que pude, hasta que se cansó. Y tuve que decidir rápido.
Me arriesgué. Me lo jugué todo.
Y así me fue...